El miércoles 22 de mayo de 2013 comencé mi clase de Nuevas Tecnologías con la pregunta: ¿Qué tiene que ver la noticia del día con nuestro curso? La noticia del día –en el plano local, Montevideo, Uruguay- había sido, la nota lograda por el diario El Observador, con las revelaciones del ex dirigente del MLN Tupamaros, Héctor Amodio Pérez, acusado por sus ex compañeros, de ser el traidor que determinó la derrota de la organización.

 

Se trataba de alguien que notoriamente posee información de interés público, cuyas revelaciones pueden arrojar alguna luz sobre una organización que gusta de las versiones oficiales. El papel del periodismo –aquello para lo cual la sociedad lo legitima- consiste en revelar hechos y transformarlos en noticias a disposición del público. No hacer juicios de valor sobre los hechos. En esa operación, aparentemente simple, el periodismo juega día a día su prestigio. Si transforma en noticias hechos triviales o falsos, afectará irremisiblemente su credibilidad.

 

Así las cosas, me parecía del caso preguntar en mi clase del curso del quinto semestre de la Licenciatura en Comunicación Periodística (Universidad ORT Uruguay), qué relación había entre esa noticia y los contenidos que estudiamos. Las respuestas no fluyeron de entrada pero nos fuimos aproximando a la solución.

 

Los hechos

 

La reaparición de Amodio Pérez llega precedida de varios libros y una profusión de artículos periodísticos atizados por sus 40 años de ausencia del terreno político. La propia organización guerrillera que luego devino –sin autocrítica pero con éxito- en movimiento político-electoral, le había otorgado un papel protagónico.

 

El 10 de abril, el diario El País había informado de la presunta reaparición de Amodio, a través de unas cartas –en un sobre despachado desde Madrid el 19 de marzo- remitidas al diario, como a otros medios entre los que no estaba El Observador. En ellas, el ex dirigente guerrillero reabría la discusión sobre su participación en los hechos en los que públicamente está imputado de traición. Ni El País ni otros medios publicaron las cartas por muy atendibles razones de imposibilidad de verificar la autoría.

 

Indiscutiblemente, la existencia de las cartas presuntamente escritas por Amodio, generó expectativas porque –de resultar auténticas- reaparecía una pieza del puzzle que prometía si no completarlo, al menos contribuir a comprender mejor qué había ocurrido con la agrupación guerrillera cuyos miembros más notorios terminaron siendo la fuerza mayoritaria de la organización política que logró las mayorías en la última elección uruguaya de 2009. El interés público era indudable.

 

A partir de ese momento, con las cartas llegadas a los medios pero sin su autoría verificada, con la expectativa generada en la opinión pública y la reacción adversa de los dirigentes del MLN Tupamaros, hoy integrantes del Movimiento de Participación Popular (MPP) y en puestos claves del gobierno nacional, lo que realmente importaba era que se verificara la autoría o dar el asunto por concluido.

 

Qué hicieron los medios

 

Los medios que recibieron las misivas aparentemente quedaron a la espera de nuevos elementos. Pero el que no las había recibido, tuvo un impulso inteligente, que en su simplicidad, lleva un componente ineludible en todo buen periodista: deseos intensos de conocer la verdad. Alguien presupuso que las cartas podían ser reales, y que su presunto autor realmente quisiera hablar. Con esa hipótesis, lanzó unas preguntas desde la web del diario. Nada se perdía si nadie respondía. Periodísticamente era todo ganancia si el personaje daba señales de vida.

 

A la luz de lo ocurrido, ese gesto que demuestra comprensión de los medios y de la época, podría quedar desleído. De hecho, desencadenó una serie de consecuencias cuyo ruido tiende a oscurecer el origen. Sería un error no adjudicarle toda su importancia. Desde el punto de vista del periodismo tiene un enorme valor porque revela varias cosas:

 

En primer lugar demuestra que el periodista nunca debe descansar en que las cosas ocurran porque sí; va al encuentro de la información todas las veces que pueda y con las herramientas de que disponga. Gabriel Pereira, editor de El Observador, lo dice con ironía: “decidimos jugar sin cartas”.

 

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En segundo lugar pone de relieve otra característica decisiva en un periodista: el ingenio, la picardía. En la lógica futbolera, es una de esas jugadas magistrales “de campito” que maravillan a un estadio repleto un domingo por la tarde.

 

En tercer lugar revela que el periodista nunca debe darse por vencido; siempre hay algo por hacer para satisfacer el interés público que en este caso era indiscutible. Cuando una organización como la que él contribuyó a fundar emplea tanta energía en defenestrarlo, el término traidor, pese a su carga condenatoria, inviste al destinatario con unos atributos que el propio adjetivo no puede menos que subrayar.

 

Finalmente, como queda dicho desde el comienzo, el periodista debe conocer y comprender las posibilidades del ecosistema de medios en que se desempeña. Sólo de ese modo puede utilizarlo a su favor.

 

Siempre hay alguien que quiere que algo se sepa

 

Según algunas fuentes (que se preguntan por qué Amodio aparece ahora) todo sería producto de una operación de inteligencia. Y según esa línea de razonamiento, el medio que lo cubrió habría entrado ingenuamente o perversamente en ella. ¿Esto es así realmente? ¿Qué importancia que revisten los propósitos por los cuales alguien da a conocer una información? Desde luego el dato del por qué alguien (fuente y/o medio) dan a conocer una información en determinado momento, forma parte de los análisis interpretativos. Pero lo que no debe ignorarse, es que la mayor parte de la información que circula socialmente, sale a luz porque alguien está efectivamente interesado en que algo se sepa.

 

Hay investigaciones que demuestran que hasta un 75% de la información se produce así. El mundo de la información suele jugarse entre quienes quieren que algo se conozca y aquellos quieren evitarlo. Si Amodio tenía algo para decir y sus ex compañeros consideran negativo que él hable, la función de los medios es poner a disposición de la ciudadanía lo que tienen para decir unos y otros. El público determinará cuáles son los argumentos que merezcan atención. No se trata de que el periodismo beneficie a unos y perjudique a otros, sino de que si no pone todos los elementos a disposición del público, estaría renunciando a su función.

 

En definitiva, escribo este artículo para resaltar que de no haber sido por la tenacidad inteligente de un periodista, información que parece valiosa, a juzgar por las tensiones que su aparición desató, podría haberse perdido, dejando un agujero en el puzzle. El tiempo dirá si lo nuevo tiene o no relevancia. Pero el periodismo jugó en este caso, un papel que lo enaltece. Y es un buen ejemplo a discutir, en una escuela universitaria de Comunicación Periodística.

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