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Un ecosistema de medios, como todo sistema, depende de la confianza y credibilidad de quienes interactúan en él.

 

La verdad, tal como se la concibe en occidente, es resultado de una construcción colectiva que se basa en la interacción de individuos libres; el alcance de la crisis en el ecosistema informacional de medios, va mucho más allá de la comunicación; afecta al modo de vida que prevalece en las sociedades abiertas. La denuncia efectuada por Business Week es muy grave y merece seguimiento. 

 

Daniel Mazzone

Quizá la expresión “crisis en la circulación de textos” sea menos dramática que el clásico fake news, o menos impactante que la sugerente posverdad, pero en todo caso será más exacta y acotada. Estas últimas son expresiones insatisfactorias por cuanto no enuncian lo que realmente ocurre sino que encarnan diagnósticos carentes de una adecuada argumentación o de una investigación que los sustente.

En mi artículo “Lo falso es que estemos en la era de las noticias falsas”, argumenté por qué hablar de “noticias falsas” es un contrasentido. Y en otro artículo, “La crisis de las mal llamadas ‘fake news’ no pertenece al periodismo”, fundamenté que se trata de comunicación política perversa, atizada desde publicaciones dedicadas a la propaganda y no a informar, pese a que así lo pueda parecer.

En este artículo procuraré abordar un aspecto más profundo de esta crisis: el de que se trata de una crisis exclusivamente occidental, dado que sólo en occidente vivimos a la verdad como valor absoluto, sin subordinarla ni limitarla en función de valores religiosos o ideológicos.

No esperemos solidaridades de las sociedades cerradas en donde la verdad no es un valor, ya que, o bien hay “verdad” oficial hegemónica, que se sobrepone a la diversidad de versiones, siempre que esa diversidad exista, o bien ni siquiera circularán las versiones alternativas a la oficial, ya que ese tipo de desobediencias, en algunas sociedades cerradas contemporáneas, ese desvío suele castigarse con penas muy duras, inclusive la pena de muerte.

La importancia de la verdad en occidente se vincula en forma directa con la libertad individual, un valor central en nuestro modo de vivir, según el cual cada uno es libre de pensar y opinar lo que desee mientras no lesione o limite las posibilidades de  expresión de terceros.

La crisis en la circulación de textos –mal llamada “fake news” o “posverdad”- afecta directamente a la verdad y la libertad por cuanto introduce la desconfianza y la inseguridad en un aspecto trascendente como es la circulación libre y segura de la información.

Esta afirmación no implica desconocer que la mentira, la falsedad o la exageración existían previamente. La diferencia radica en que en el anterior ecosistema industrial, quienes se responsabilizaban por la circulación segura de textos, o sea las cabeceras de referencia, tanto en prensa como en radio o televisión, respondían con su propia trayectoria y su propio contrato de lectura ante las audiencias. Y quien fallara debía someterse a las duras condiciones con que el ecosistema, en definitiva las audiencias, penalizaba a los infractores. Importantes empresas de medios desaparecieron en todas las épocas o debieron disculparse ante sus usuarios por infringir su confianza.

En el actual ecosistema no hay responsables, por decirlo de una manera directa. Las nuevas plataformas, debido a su funcionamiento en red, introdujeron unas posibilidades de multiplicación exponencial de los mensajes, lo que llamamos viralidad, que sitúa a la circulación de textos en absoluto descontrol. Nadie en particular, ni medio ni plataforma, por más que posea casi 2 mil millones de usuarios como Facebook, posee las condiciones para hacerse cargo de la complejidad en que desembocó la distribución de contenidos. Desde luego que hay preocupación, y aun búsqueda de soluciones. Pero encontrar un cauce ordenador para este grave problema, será el producto de un largo proceso en el que deberán aunarse muchas voluntades de grandes compañías que probablemente deban deponer parte de sus intereses para salvaguardar los del conjunto.

Entre tanto, el tiempo transcurre en contra; a mayor tardanza en encontrar una solución, mayor puede ser el daño a la confianza en el ecosistema. Porque además, no a todos nos preocupa del mismo modo esta crisis. Es muy grave la denuncia que Bloomberg Business Week publicó en un artículo el 16 de febrero de 2017: “apenas el candidato presidencial centrista, Emmanuel Macron, comenzó a emerger en las encuestas recientes en el panorama pre-electoral francés, su campaña fue atacada por un reporte que lo tildó de “agente de los estados Unidos”, y sugería que se trata de “un homosexual respaldado por el poderoso lobby gay. ¿La fuente? Sputnik, la agencia de medios controlada por el Kremlin”.

Todavía se ignora el alcance de la intervención de servicios de inteligencia rusos en las elecciones presidenciales del 4 de noviembre de 2016 en los Estados Unidos, pero el punto amenaza con escalar a dimensiones mayores a partir de la renuncia del consejero de Seguridad de la administración Trump, Michael Flynn, el 14 de febrero.

Por otra parte, un reciente estudio del Reuters Institute de la Oxford University, con predicciones para 2017, establece que de 142 editores y dirigentes de medios consultados, 70 por ciento dijo estar muy preocupado por la distribución de información falsa o insegura a través de las plataformas, y 46 por ciento sostuvo que este año se encuentra más preocupado por ese motivo que el año anterior.

Parece importante tomar nota de que el ecosistema informacional, del mismo modo que antes el ecosistema industrial de medios, tiene validez en occidente y no alcanza –es decir que el intercambio de textos no funciona del mismo modo- a las sociedades cerradas que se rigen por otros parámetros, ya que construyen la verdad en base a modalidades opacas en que la libertad y por tanto la interacción está ausente, porque no constituye un valor.

El ecosistema informacional de medios constituye mucho más que el ámbito en que los occidentales intercambiamos información en base a la circulación abierta de textos;  es uno de los espacios en que la libertad individual llega a su máxima expresión. Es de este orden lo que pone en crisis el manejo ya sea imprudente o malintencionado de las nuevas condiciones imperantes en las modalidades de la comunicación.

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