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Los medios han sido históricamente una vía de conocimiento. Es a través de ellos y sólo de ellos que la sociedad puede conocer y eventualmente comprender colectivamente los hechos y procesos complejos. Para eso se los legitima como estructuras calificadas para obtener, seleccionar, y presentar la información.

 

No hay mecanismos que induzcan a los medios a rendir cuentas; la calidad del discurso de la información no integra la agenda pública pero debería ser rutina. Si no lo es sólo puede deberse a la mediatización insuficiente. Es una hipótesis. Pero si esto es así, y demasiados indicios dan cuenta de que es así, intereses subalternos pueden prevalecer sobre los del público. Todo dependerá en definitiva de personas, de estructuras, de influencias, juegos de poder, no de mecanismos indirectos, complejos, aleatorios, democráticos.

 

Por todas estas razones es oportuna la invitación que me ha formulado una revista académica argentina, para problematizar la mediatización uruguaya desde la pregunta: ¿qué esperar de los medios uruguayos cuando la década termine en 2019?

 

Redundar o no redundar, esa es la cuestión

 

La teoría consolidada indica que la repetición de los temas –la redundancia de los medios- “un día y otro día es el más potente de todos los mensajes para que nos quede clara su importancia”. Énfasis u omisiones del conjunto de los medios, hacen que la agenda periodística “se vuelva, en gran medida, la agenda pública” (McCombs, 25). En buen romance, aquello sobre lo cual los medios –el conjunto de ellos- insisten, se transforma en tema de la sociedad. Aquello sobre lo cual no se abunda, se pierde en el olvido.

 

En base a dos hechos –uno de 2006 y otro de 2009- sostendré que los medios uruguayos eludieron construir un acontecimiento sobre una verdadera tragedia, mientras alentaron un debate nacional a partir de una banalidad.

 

2006: la tragedia inverosímil

 

En 2006, un canal privado de televisión abierta organizó un programa benéfico para obtener 30.000 dólares para calefaccionar el Hospital de Young, una pequeña ciudad del interior. Todo terminó en una tragedia con 8 muertos y 10 heridos. No hubo procesados, el caso se archivó y los medios abandonaron la historia. Indagar en las razones pone en primer plano una mediatización pobre.

 

1) Abundan evidencias sobre la imprevisión e improvisación en la organización de aquel evento: pésima selección del lugar; responsabilidades no delimitadas; ausencia de la guardia policial prometida; la única ambulancia prevista no encontró lugar para estacionar; no hubo ensayos previos, etc.

 

2) El marketing “solidario” suele excitar lo emocional mientras lo temático desciende al nivel de lo grotesco: todo un pueblo “cinchando” una locomotora por un objetivo noble pero ínfimo. Si sería ínfimo que tras la tragedia, un solo donante anónimo, aportó los 30.000 dólares. Cada minuto de tanda se cotizaba en 2006 en torno a 1.000 dólares, a lo que debe agregarse el valor del patrocinio, que aumenta con el rating. Se trata de negocios, lo cual no es que esté mal, pero tampoco es irrelevante, sobre todo cuando se exagera el componente filantrópico

 

3) El marketing “solidario” se sirve de un Estado omiso, que derrocha fondos en burocracias desmesuradas pero no calefacciona sus hospitales. Explotar esas falencias en provecho propio y disimular el maltrato a los ciudadanos, no es la función de un medio masivo. Sólo una sociedad confundida se deja atrapar en esta sucesión de equívocos.

 

Finalmente, la tragedia ocurrió por incomprensión del poder devastador de tecnologías del siglo XIX. En la era del celular y los intercomunicadores, los videos muestran que en el pico del drama, los protagonistas se comunicaban a gritos, con gestos manuales y caras de espanto: paren, paren, paren!!!!!!!!! ¿Hace falta decir que así se comunicaban nuestros antepasados en el siglo XIX?

 

El acontecimiento no existe si no se lo construye

 

En 1983, Eliseo Verón demostró que, de no haber sido por los medios, el accidente nuclear de 1979 en la planta de Three Mile Island, Estados Unidos, no se hubiera conocido. Siempre hay alguien a quien no le conviene que algo se sepa, y los medios deben vencer –si el asunto reviste interés público- esa resistencia natural para abrir camino a los hechos. “Los acontecimientos sociales no son objetos que se encuentran ya hechos en alguna parte de la realidad (…) Sólo existen en la medida en que esos medios los elaboran” (Verón, 1983, II).

 

Quienes deseaban evitar la construcción de la “tragedia de Young”, lograron su objetivo. La sociedad, junto a sus medios, decidió absorber colectivamente la responsabilidad y olvidar. Y el conjunto de los medios (salvo excepciones; pero las excepciones no alcanzan para generar redundancia) jugó al olvido.

 

Diferente fue el tratamiento mediático en ocasión de estrenarse una versión murguera del himno nacional, el 18 de noviembre de 2009 en el Estadio Centenario antes de un partido decisivo de la selección uruguaya. Fue un espectáculo digno con momentos de honda belleza. Era en todo caso un hecho estético. Sin embargo, al día siguiente, la polémica invadió los medios.

 

La banalidad es cómoda porque no molesta a nadie

 

Lo que debió haber ocupado la página de espectáculos y en todo caso un intercambio de posts en algún medio digital, se transformó en “falta de respeto a un símbolo patrio”. El sábado 21, el diario El País, publicó una entrevista a Jaime Roos: “Me han llovido mails de gente (a la) que se le erizó la piel y lloró”. El Uruguay se sumió en “un debate”; el himno murguero trepó a las páginas editoriales, fue tema de columna, de tertulia, de programas de la tarde, de blogs. La redundancia avaló la construcción del acontecimiento y el aire mediático se llenó de banalidad.

 

El 30 de diciembre, un mes y medio después del estreno, Hugo Fattoruso, fue entrevistado junto a su hermano Osvaldo, por el semanario Búsqueda: “¿Cómo se vivió desde dentro la interpretación del Himno Nacional que hicieron en el Estadio y que tanta polémica generó?”

 

El músico respondió que “estaba un poco nervioso, porque pensaba que ese marco imponente no iba a ser tan favorable (…) Se veía venir la polémica. Concuerdo en que fue un poco larga la versión. Este país es propenso a reaccionar de esa manera a lo nuevo (…) Acá hay gente que habla de himno y tendría que estar en cana”.

 

Son apenas ejemplos de mediatización insuficiente, o escasa u obstruida. El periodista y el músico venían hablando de música, de espectáculos y de repente, el bombazo, el músico se desboca y lanza una generalización vaga, innecesaria, pero que evidencia broncas largo tiempo contenidas. Es sólo un ejemplo que para nada pretende poner en tela de juicio al excelente músico que es Hugo Fattoruso –me gusta mucho la versión del himno- sino poner de relieve que la sociedad uruguaya revela a cada paso, albergar resentimientos que provienen de lo mucho por decir que está como atragantado. Esa es otra consecuencia de la mediatización insuficiente; no se habla de muchas de las cosas de las que el público querría oír hablar. Por eso los blogs suelen ser, hoy en Uruguay, una vía de comunicación más que complementaria de los medios.

 

No hay sociedad compleja sin mirada compleja

 

“No es que la sociedad sea cada vez más compleja, dice Judith Schlanger, “es el saber que tenemos sobre el mundo el que al aumentar permite descubrir, de manera ciertamente paradójica, su complejidad. Esto es y será verdadero en todas las épocas” (Charaudeau, 2003, 40). Pero cuando lo que prevalece no es la mirada compleja, y por tanto falta la interrogación pertinente, los actores sociales (políticos, empresariales, sindicales y culturales) andan a su aire, sin rendir cuentas. Puede pasar de todo sin que se releve, ni se lo articule. A una sociedad así le pasan cosas pero no aprende, tropieza con los obstáculos pero no elabora. En consecuencia, sus medios se empobrecen –no sólo económicamente- y juegan un papel cada día más débil.

 

La democracia audiovisual en los Estados Unidos comenzó con el debate Nixon – Kennedy en 1960, y en Francia con Giscard – Miterrand en 1974. La demora de 14 años se debió a que los canales de televisión en Francia, pertenecían al Estado y los políticos retrasaron mientras pudieron, lo que todavía no entendían.

 

La democracia audiovisual uruguaya está en rojo por razones parecidas a las de Francia en 1974. La política disfruta de la publicidad audiovisual pero detesta el riesgo: En Uruguay el debate político está interrumpido desde hace al menos dos períodos electorales porque los candidatos debaten si les conviene, sin que esa actitud reciba sanción social ni política. Síntoma evidente de que los medios no cumplen su función y de que la ciudadanía tampoco se los exige. Si la mediatización se puede interrumpir, suspender o eludir, no funciona adecuadamente y la utiliza a su favor el poder de mayor peso. En ese estado de cosas, el ciudadano sale claramente desfavorecido.

 

En el libro “SECRETOS PUBLICOS, El difícil acceso a la información del Estado y la necesidad de transparencia” (Montevideo, 2008), Andrés Alsina y Mariana Zabala, dos periodistas experimentados, señalan: “para este trabajo, se hicieron preguntas pertinentes a los tres poderes del Estado: a buena parte de los ministerios, a algunos organismos descentralizados, a la Suprema Corte de Justicia, a la Cámara de Diputados, a las 19 intendencias. Si se pretende investigar el tema del acceso a la información en Uruguay, un buen punto de partida para determinar si el derecho existe es el ensayo. De acuerdo a esta investigación, la respuesta es que, en la práctica de la gestión de gobierno, ese derecho no existe, aunque hay excepciones”.

 

Demasiadas cosas que tienen que ver con la política se manejan con secretismo. El poder no reside en la ciudadanía y por eso los medios, muchas veces no tienen acceso a información de fondo. Así como los organizadores del programa “solidario” que derivó en la “tragedia de Young” pretendieron, haciendo uso de las más modernas herramientas tecnológicas de la TV, organizar un programa del mismo modo con que se funcionaba en el siglo XIX, también cierta política opera con las tecnologías actuales –envían mensajes de texto a los electores, hacen cadenas de e-mails, hacen propaganda televisiva- pero si no les conviene debatir, no debaten; es decir, se comportan como antes de la existencia de los medios audiovisuales. Ese tipo de contradicciones pervierten la mediatización; postulan un presunto diálogo con la gente pero sin retorno; que sólo conviene a ciertos operadores pero no a la ciudadanía.

 

¿Qué perspectivas tiene un sistema mediático rígido, de contenidos pobres, y altamente centralizado? Deberá innovar mucho si quiere no ya ser agente de cambio sino simplemente no quedar atrás. Mientras tanto, el segmento de 12 a 19 años, de los cuales el 82% se conecta a Internet, ya vive en otra realidad. En 2019 estos jóvenes tendrán entre 21 y 28 años. Ya son, hoy, usuarios complejos que probablemente no lean del modo secuencial y ordenado que suele utilizar todavía el lector “ilustrado”, pero a su modo están informados y utilizan el espacio y los medios a su modo.

 

El panorama mediático que surge de este artículo no es responsabilidad exclusiva de los medios, ni de los periodistas: obedece a razones múltiples y complejas que involucran a una sociedad cuyos altos niveles de deserción escolar y bajo rendimiento educativo pesan como fuerte hipoteca sobre el futuro. Pero ninguna sociedad saldrá normalmente del atraso sin la participación decisiva de los medios, que deben ser agentes de cambio y no resignarse a bajar la calidad. Ese es el desafío, no ya hacia 2019, sino el de hoy mismo.

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