200 años, 200 preguntas

Portada del libro “Uruguay: 200 años, doscientas preguntas” de Marcello Figueredo.

 

 

Para el libro “Uruguay: 200 años, doscientas preguntas”, se me formularon 3 preguntas. La primera de ellas fue:

 

Desde su punto de vista, la peripecia de tres grandes intelectuales uruguayos que usted ha estudiado (José Enrique Rodó, Pedro Figari, Juan Carlos Onetti), demuestra que la política se impuso por sobre la cultura en el Uruguay que ellos vivieron. ¿Esa relación de poder sigue siendo igualmente desigual hoy, ha mejorado o ha empeorado?

 

Muchas veces me pregunté por qué algunos de los mayores talentos uruguayos, como Artigas, Rodó, Acevedo Díaz y Onetti terminaron sus días en el exterior, producto de circunstancias traumáticas. Figari llegó al final de su vida en un aislamiento similar, lo cual lo llevó a escribir meses antes de morir: “asediado por elementos oficiales que obstaculizaban mi acción, renuncié al cargo y quedé abogado simplemente, con una clientela abandonada por dos veces, dispersa y yo pobre, con ocho hijos”.

Si la sociedad uruguaya tiene dificultades para contener las energías que genera, hay que preguntarse por las razones que le impiden hacerse cargo de sus potencialidades.

 

Mi hipótesis: el sistema de adopción de decisiones, excesivamente centrado en la política, expulsa, aísla o neutraliza lo que la política no metaboliza, ya sea porque no lo entiende o le incomoda.

 

A los políticos les cuesta admitirlo; se sienten democráticos y ajenos a ideologías totalitarias o discriminatorias, pero esa mirada complaciente elude ponderar el poder de ciertos grupos con poder de veto. Sólo por razones de espacio mencionaré dos: en 2003 la administración Batlle impidió, bajo presión, que los propietarios de diarios y semanarios acordaran con el Correo la distribución de sus productos. Un ejemplo más actual: los sindicatos públicos y algunos privados –bancarios- enfrentan la reforma estatal que propone el gobierno, y hasta las medidas de ajuste de un banco en dificultades.

 

En cierta oportunidad, una fuente política me argumentó que en el gobierno del ex presidente Lacalle se desmonopolizaron los seguros. Pero no totalmente, respondí; no se desmonopolizó el seguro contra accidentes, verdadera exacción para las pymes. La respuesta fue: ¡Ah, pero ese es un tabú!

 

En la democracia real, tabuizada, la ciudadanía es rehén de sectores que buscan privilegios sectoriales a expensas del bien común. Aunque no sea consciente, la política uruguaya cede a los grupos de presión, mientras deja sin espacio a los Rodó, los Onetti, los Figari.

 

La lógica de la política es la del poder y por tanto requiere –no podría ser de otro modo- laudos frecuentes que dejan vencidos y vencedores. Sin embargo, no debería afectarse la lógica más profunda de la selección cultural, que es el plano de mayor generación de sentido de una comunidad.

 

Cuando la política ocupa un espacio excesivo, ejerce poder en áreas para las que no califica ni está específicamente legitimada. Se impide así, la acumulación y conservación de los legados más valiosos. Rodó lo denunció con su célebre frase “me voy de la política, que es lo mismo que irme del país”.

 

Esa situación de asfixia, que terminó malogrando su vida, la describí con detalle en mi libro Desenfocados (2005), con una investigación en torno a las formas enfrentadas de concebir la política por parte de Rodó y Batlle y Ordóñez. Creo haber demostrado que la victoria política de Rodó –en el debate por la reforma constitucional cuya constituyente se votó en 1916-terminó neutralizada por el poder del aparato dominado por Batlle y Ordóñez. Comprendo la función de los aparatos partidarios, pero la política debe terminar de entender el valor de los Rodó. El país necesitaba de ambos, pero tal como estaba organizado, prescindió de uno de ellos. Por eso titulé mi ensayo “Dos hombres en el callejón”. Ese callejón hizo inevitable un enfrentamiento que, en otras circunstancias hubiera sido innecesario.

 

A Rodó ni se lo conoce como político, pese a que sus centenares de intervenciones parlamentarias están glosadas desde 1972 por Jorge Silva Cencio en un libro de mil páginas que el público desconoce. Su desdibujamiento es tan llamativo como la exageración de Maracaná y esa operación binaria explica por qué Uruguay sigue siendo una promesa incumplida.

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