La selección puede resultar extraña: hay cuentos, ensayos, reseñas de libros escritos por otros (siempre otros que me interesan; jamás escribí sobre alguien que no me interesara), partes de libros. En fin, creo que si existe un ápice desde el cual aproximarse al conjunto, podría ser la necesidad de comprender a este país extraño que es el Uruguay. Varios de estos textos fueron escritos en Buenos Aires, parte de otro país no menos extraño, aunque por distintas razones.
Mi descubrimiento tardío de José E. Rodó en los noventa, representó algo así como el acceso a una puerta bien cerrada por parte de algunos antepasados “ilustres” y muchos contemporáneos expertos en la construcción de banalidades y en el ocultamiento de lo intenso.
- 1983: Elena y su pequeña muerte (Primer Bando)
- 1986: Cangrejo (Primer Bando)
- 1988: Custer y Bernabé en el país del Urú (Cuatro cuentistas cuentan)
- 1989: Lenin a secas (Jam session en la Posta del Ángel, Nico Pérez )
- 1990: Walter Benjamin y su estética del desperdicio – En La República, 26 de setiembre.
- 1990: El último fervor (Jam session en la Posta del Ángel, Nico Pérez)
- 1992: Thomas Bernhard: una estética del fragmento – En: El Día, 14 de octubre.
- 1993: Obdulio no quiere ser héroe (Desamores)
- 1993: La verdad no es un sitio para quedarse mucho tiempo (Desamores)
- 1996: La sencillez de Isaiah Berlin (El estante Nº 7)
- 1996: El caso Padilla 25 años después (El estante Nº 10)
- 1996: Nueva York existe para tolerarlo todo; Reinaldo Arenas, un imprescindible (El estante Nº 13)
- 1999: Lorrie Moore: Mujeres en lugares incómodos (El estante Nº 47)
- 1999: La cultura entre elitistas y populistas; sobre Alessandro Baricco (El estante Nº 49)
- 2000: Sexo y política en el profundo sur; sobre Tom Wolfe (El estante Nº 50)
- 2000: Roberto Arlt: una poética del resentimiento (El estante Nº 54)
- 2003: Un país de 25 Watts (El País, marzo)
- 2004: Sobre José P. Barrán y el conservadurismo (El País, agosto)
- 2005: Dos hombres en el callejón: Batlle/Rodó, los equívocos de la Historia (Desenfocados)
- 2008: Prólogo a Ariel, de José E. Rodó – Ariel, punto de partida para la acción. Un libro incómodo y todavía interpelante.
- 2011: La exageración de Maracaná y el ninguneo de Rodó – Tres respuestas para el libro: Uruguay, 200 años, doscientas preguntas
- 2011: Por qué hacerle preguntas al pasado (julio, Universidad ORT)
- 2011: Introducción a Hispanoamérica: interpelación a los fundadores
- 2012: Huffington Post vs. New York Times ¿Qué Ciberperiodismo? – Introducción
- 2013: Cibermedios y lectores en busca de un modelo – Introducción
- 2013: El estilo de mi padre (Maldoror)
De Elena y su pequeña muerte (1983) – Este cuento obtuvo el Accésit en el Concurso de la Biblioteca Popular Cornelio Saavedra; Jurado: Enrique Pezzoni, Libertad Demitrópulos y Eduardo Azcuy. Publicado en Primer Bando, Buenos Aires, 1986
“… y siempre supe que alguna vez les hablaría de aquello. Tu padre nunca quiso porque eran asuntos que no debían revolverse. Pero yo creo que también les pertenece. No me preguntes por qué. La verdad es que Elenita debió nacer quince años antes, en el 45. Sólo que me faltó valor. Me faltó, bueno… eran otros tiempos y todo muy distinto. Ahora estamos en 1981 y nos han pasado tantas cosas. Como al país. Así dirías vos ¿no? Lástima que sea tan tarde. Y encima todo ese océano en el medio. No sé, a veces pienso que no volveremos a vernos. Acá todavía sobran las armas apuntándote a la cabeza. Hace tiempo que no recibo fotos de ustedes. ¿Cómo están Laura y los chicos?…”
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De Cangrejo (1986) – publicado en: Primer Bando y otros cuentos (Buenos Aires, 1986)
Y ahora bien muerto estás Cangrejo. Te calcé la muerte de tu viejo. Capaz que te queda un poco grande este fin que te traje. Pero el veterano no me dio tiempo. Se rajó antes. Y yo no llegué a abrirme el mate para ver la justa. Todo está bien ahora. Ya no va más la joda para vos. Mañana vas a debutar en la necrológica y en la roja a la vez. Pero de gil. Esta vuelta es de jodido. Vas a estrenarte de víctima. Lástima lo del Alejo. Ese sí era un hombre. Con el cajón cerrado me lo trajeron. Pero ni en el pensamiento voy a mezclar las cosas. Esta va por la mía. El no iba a estar de acuerdo. Esta mano la reparto y juego yo. Con trampa. Yo te juzgué. Yo decreté la pena Yo Ia ejecuté y yo mismo me perdono.
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De Custer y Bernabé en el país del Urú – publicado en Cuatro cuentistas cuentan. Primer premio compartido del concurso de la editorial TAE, 1988.
Usted general Custer, tenía todo nuestro apoyo. Vaya si podía contar con él en la tercera del Rex después de Jerry Lewis y antes de Doris Day versus Cary Grant. Salvo los domingos de buen sol, eso sí. Lo suyo impresionaba Custer, y usted parecía saberlo allá adelante, el gesto adusto y ceñudo, grave. La mirada escrutadora en la cara quieta. El mostacho, dos cataratas de pelo amarillo achicándole la boca en los costados y una melena larguísima que el sombrero negro le peleaba al viento cada vez.
Guantes hasta el codo, manos como garras en las riendas; sin dudar la bestia achicándose abajo suyo, obediente al tacazo al frente del séptimo de caballería. Si habremos temido por su vida. No verlo salir de alguna polvareda como al final pasó. Usted, General, nos pertenecía como pertenecen los sueños. Con esa carga de neblina sagrada.
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De: Lenin, a secas – publicado en: Jam session en la Posta del Ángel, Nico Pérez, Montevideo, 1990 – Premio Municipal de Literatura.
El 5 de marzo de 1923, unos verdes prematuros asoman tras la ventana de visillos descorridos por donde Vladimir Ilich Ulianov (Lenin), mira desvaídamente. Los violentos fríos del invierno ruso se han ido atemperando hasta alcanzar un dejo de tibieza que sin embargo no le mejora el ánimo. Ese departamento privado en el Kremlim lo traslada inevitablemente a los remotos días de la prisión, antes del triunfo revolucionario.
Ha llamado urgentemente a su secretaria María A. Volodícheva y espera. El hombre que contiene esa silla de ruedas, enjuto y disminuido físicamente, refleja en la soledad, un cierto rictus de amargura y dolor. Como si aún se resistiera a aceptar la hemiplejia que afecta a su costado derecho desde hace exactamente 79 días. El 16 de diciembre del año anterior sufrió un ataque cerebral que acabó con parte importantísima de sus funciones.
(…)
El hombre de traje oscuro acaba de traspasar la puerta de vaivén de la confitería del Jockey Club, en la calle Rincón. Registra y goza el apresuramiento de cierta intensidad en sus pulsos mientras permanece unos instantes con ese aire de mirar.
Reconoce el clima, sus olores, la deliciosa calma de sus mesas de mármol rodeadas de butacones tapizados en cuero marrón. Predominan los tonos severos, subidos, contrastando con el veteado en gris de la piedra marmórea. Comienza a desplazarse lentamente por el laberinto de mesas ocupadas. Erguido, circunspecto. El bastón, levemente apoyado en el piso, rozándolo apenas.
Desde la barra, un viejo mozo que lo reconoce, se apresura a recibirlo. Ha dejado la bandeja y se acerca hasta el recién llegado, caminando con alguna dificultad, un cierto amague reumático.
—Doctor Frugoni —dice en un tono respetuoso y casi paternal—, qué alegría verlo de nuevo por aquí.
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Walter Benjamin y su estética del desperdicio – 26 de setiembre de 1940: cincuenta años del suicidio de un imprescindible – Publicado en: La República, el 26 de setiembre de 1990.
El hombre disminuido con barba de varios días y pelo revuelto, ostenta el desaliño de su atuendo como si no le importara. Aparenta algunos años más de los 48 que sus documentos de identidad declaran. Pero en realidad ellos vociferan otras verdades aun más peligrosas que la edad, en esos tiempos europeos de comienzos de los 40. Dicen: Walter Benjamin. Nacionalidad: alemana. Ascendencia: judía. Nacimiento: Berlín, 15 de julio de 1892.
Y seguramente ese número impreso en gruesos caracteres, remitirá a algún legajo en el archivo central de la Gestapo que ampliará generosamente los datos; ideología: marxista. Simpatías: filocomunistas. Peligrosidad: máxima.
(…)
Quizá se arrepienta de haberse negado a viajar a los Estados Unidos cuando aun era tiempo (…) Entre sus papeles está la visa conseguida por Horkheimer, que lo habilita para reunirse con ellos en el país americano. Allí está, entre otros, Herbert Marcuse.
En qué pensar sino en la temible opción del campo de concentración. En la cada vez más lejana hipótesis de llegar hasta Barcelona para salir en barco hacia. ¿Hacia dónde?
“La esperanza nos es otorgada por aquellos que no la poseen” había escrito ya ni sabe cuándo. El aforismo epiloga la obra más conocida de Marcuse: El hombre unidimensional.
(…)
Más allá, distante, remotísimo pero omnipresente, otra irresistible ascensión oprimía el cuello de la humanidad: la de José Stalin.
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De: El último fervor – publicado en: Jam session en la Posta del Ángel, Nivo Pérez, Montevideo, 1990 – Premio Municipal de Literatura.
—No sigas —me dice una voz lejana al otro lado de la línea; desde el país de hace veinte años. —¿Para qué agregar más confusión? Basta de dudas. Aportá afirmaciones, nitidez.
Sin embargo pienso que es necesario regresar por las emociones. Por el miedo. Los sudores. Por las voces que se quedaron sin decir. Por todos los matices perdidos.
—Cuando vuelvas —dice un poema de Joseph Brodsky —compra para tu cena/ algún vino dulce con qué brindar,/ luego mira a través de la ventana, y piensa quedamente:/ en todo esto es tuya, solamente tuya la culpa…
—De acuerdo hermano.
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Thomas Bernhard: una estética del fragmento – Publicado en: Cultura y Espectáculos de El Día, Montevideo, 1992
“Sólo por amor a mi abuelo no me suicidé en la niñez”, escribió Thomas Bernhard, el austríaco que nació equívocamente en Holanda (1931) a donde su madre fue a esconder su soltería en un convento para “muchachas caídas”.
(…)
En Maestros antiguos, novela editada póstumamente por Alianza, Reger, un musicólogo que los austríacos desconocen porque escribe sus críticas para The Times de Londres, concurre un día por medio a excepción de los domingos, a un museo vienés, donde, sentado en un banco contempla durante horas el cuadro de Tintoretto, El hombre de la barba blanca, no porque le parezca un gran cuadro ni siquiera el mejor del autor, ni aun porque respete a Tintoretto o a todos los maestros antiguos. El protagonista simplemente “para” en el museo, tan naturalmente como otras personas “paran” en un bar. Y la razón para que el crítico del Times decida parar en el museo, es haber descubierto que la temperatura ideal para conservar esa pintura en esa sala en particular, es la misma que requieren su piel y su organismo para reflexionar acerca de la música y elaborar las notas periodísticas.
(…)
“Toda la concurrencia, unos centenares de vividores de las artes, pero sobre todo escritores, o sea colegas, como suele decirse, y sus acompañantes, se precipitaron tras el Ministro, y rehúso enumerar los nombres de todos los que se precipitaron tras aquel Ministro, porque no tengo ganas de ir a juicio por semejante ridiculez, pero fueron los más conocidos y los más famosos y los más considerados”… Así culmina un tramo desopilante de El sobrino de Wittgenstein, en que Bernhard narra autobiográficamente por qué, después de los 40 años, decidió no recibir más premios en ocasión de que le concedieran el Premio Nacional de Literatura y años después el codiciadísimo premio de la Academia de Ciencias.
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De: Obdulio no quiere ser héroe – Publicado en: Desamores, Montevideo, 1993.
La aparición del grafiti “Obdulio no quiere ser héroe” conmocionó al país. Con velocidad ajena al timing de los uruguayos proliferó por las paredes de Montevideo y en las ciudades de más de diez mil habitantes, como suele decirse. Alteró de inmediato el sensor de la derecha; una generalización de disciplina de esas características no se veía desde los años sesenta. Pero también inquietó a la izquierda, porque si bien el movimiento exudaba un aire contestatario, simultáneamente exhibía el espíritu impugnador de lo que inaugura y se desplaza de lo conocido. Una incredulidad que incluía al centro, dominó el espectro político; nadie parecía comprender el significado de la frase “Obdulio no quiere ser héroe”.
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De: La verdad no es un sitio para quedarse mucho tiempo – Publicado en: Desamores. Montevideo, 1993.
Un domingo del otoño de 1962 mi padre me dijo que no me engañara, que el domingo era un día maldito. Saberlo no te hará más feliz, dijo, pero vas a vivir más alerta.
No era de hacerse el suficiente que se las conoce todas, pero tampoco solía andar mostrando sus dolores. Si no fuera porque todo el tiempo habló mirando el reloj con insistencia, su discurso hubiera sido casi sabio. Ese apuro no le iba. Era como si le faltara el empaque de la verdad. No lo dijo pero tampoco era necesario; nada más lo esperaban para jugar a las cartas en el Democrático.
Yo tenía catorce años y el otoño me parecía una estación pésima. En Arce el campeonato de fútbol no empezaba hasta bien entrado el invierno y lo único que podía hacerse era encerrarse en la matinée.
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La sencillez de Isaiah Berlin – Un libro exquisito – Publicado en: El estante Nº 7, enero de 1996
Hay por lo menos dos claves en Isaiah Berlin (86); su rechazo por los sistemas omnicomprensivos flechados en dirección única al estilo hegeliano y una contundente claridad (…) El sistema de Hegel le parece “una cueva de Polifemo honda y oscura de la que muy pocos regresan”, dice mientras reafirma su cercanía a Schopenhauer, de cuyo sistema puede prescindirse “y no obstante beneficiarse de su perspicacia aguda y a veces profunda” (…) Por lo demás, Jahanbegloo demuestra su certero dominio técnico del diálogo, un saber que no puede ser sino instintivo, para cortar donde es preciso o bien dejar que el tema fluya laxo y extenso según el caso. Por momentos salpica el texto de datos tenues como anécdotas, que ayudan a pintar una época y la personalidad del entrevistado. Jahanbegloo es un entrevistador excelente, cuya dimensión se advierte a partir del adelgazamiento sutil de sus intervenciones.
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Recordando sin ira: El “Caso Padilla” 25 años después – Publicado en: El estante Nº 10, abril de 1996.
En abril de 1971, Fidel Castro decidió liberar al poeta Heberto Padilla (1932), a quien había recluido bajo su responsabilidad un mes antes. Uruguay se acercaba a pasos de vértigo a la crisis institucional pero el “caso Padilla” irrumpió igualmente con su dinámica autónoma de conflicto este-oeste y sacudió a algunos círculos intelectuales. Fueron más quienes tomaron posición que los que leyeron los poemas de Padilla. De hecho su libro Fuera de juego no circuló demasiado. Desmesuras propias de una época en que el individuo jugaba en segundo plano. Voces calificadas se pronunciaron en ese momento. Y 25 años son una distancia prudencial para revivirlas. Como decía Marcha, la cuestión “no es una futileza”.
(…)
En marzo de 1980, después de varios intentos de obtener la autorización para dejar Cuba, Padilla fue informado por Fidel Castro que podía irse. Un fuerte lobby internacional conducido por los editores de New York Review logró convencer al gobierno cubano de los perjuicios que le ocasionaría continuar impidiendo la salida de Padilla.
En su libro La mala memoria (1990), Padilla explica que en la década del 60 se encontraba metido en una trampa de naturaleza equívoca, que consistía en que criticar a la revolución equivalía a aliarse con los demonios del imperialismo y manifiesta “haber deseado entender con la claridad de Camus en 1959 todo esos signos y señales tan obvios para él”.
En una entrevista de Nedda G. de Anhalt (Cuadernos de Marcha, 11/91), Padilla revela que en 1990, un alto funcionario de la embajada cubana en España lo invitó a ir a Cuba. “Así, me dijo, terminaríamos con ‘el caso Padilla’. Podría hacer cuanta crítica quisiera. Pensaban que ya era hora de alcanzar una reconciliación. Como ves, los políticos pueden matarte un día y al otro resucitarte”.
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Nueva York existe para tolerarlo todo; Reinaldo Arenas, un imprescindible – Publicado en: El estante Nº 13, julio de 1996
Leer a Reinaldo Arenas (1943 – 1990) produce el mismo efecto que Roberto Arlt; ambos escriben desde adentro de algo pesado que conocen bien. Arlt pobló su obra de personajes de conventillo y barrios pobres a quienes tanto daba trabajar o no porque de todas maneras terminaban presos.
“La loca de argolla”, como se define a sí mismo Reinaldo Arenas en Antes que anochezca, sabe que en su Cuba natal la promiscuidad se pena con cárcel, tortura, indignidad. De nada sirve proponerse una vida prolija que para los homosexuales no existe, parecen decir o dicen los personajes.
(…)
Cosas de la literatura, así como los círculos ilustrados de Buenos Aires nunca terminaron de aceptar a Roberto Arlt, también la revolución cubana, que presumió desde su origen de ilustrada, terminó expulsando a su mejor escritor de la manera más indigna: en el caos del puerto de Mariel, en 1980.
(…)
Adiós a mamá es un tomo de cuentos de excepcional calidad; sorprendente.
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Lorrie Moore: Mujeres en lugares incómodos. Publicado en: El estante Nº 47, setiembre de 1999.
El feminismo permitió a las mujeres avanzar varios casilleros a lo largo del siglo, pero su lugar en el mundo sigue siendo incómodo. Lorrie Moore, 42, lo sabe y por eso no crea “mujeres víctima” ni mujeres que nieguen la situación en que se encuentran. No moraliza y tampoco apuesta a esa “visión femenina” que reclama un cupo en el ranking. Lo de Moore es literatura. Sus mujeres conocen, como Agnes, “la diferencia entre el feminismo y el Sadie Hawkings Day” que es el día en que tradicionalmente las mujeres invitan a los hombres a ir con ellas a un baile.
(…)
La actitud de Moore con la literatura parece ser la misma con que construye sus seres de ficción. No pide permiso para estar en el lugar de los buenos. Simplemente lo ocupa. Y logra lo que pocos logran: que el lector se interese por lo que tiene para decir. Y cuando llega el momento de la prueba, tiene lo que prometió. Lorrie Moore es una inversión segura.
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Alessandro Baricco: La cultura entre elitistas y populistas – Publicado en El estante Nº 49, noviembre de 1999.
En un libro disfrutable y polémico, el autor de Seda analiza la producción cultural que se enrosca sobre sí misma.
(…)
El amor, como el arte o la vida misma, están reñidos con la ensoñación burocrática. No se alimentan de pasividad ni repetición. Tal es la tesis de Baricco, quien pide que se le aporten pruebas de que la música “culta” sea superior y por tanto más recomendable para los jóvenes que los temas de la banda U2. Va más allá y compara la excitación histérica del melómano con el grito del hincha en el estadio.
Es polémica pero es al menos una propuesta democrática: si no hay una explicación racional, hay que concluir que esas elites no cuentan con una fuente legítima del poder que ostentan.
Bienvenido el libro y su gesto desafiante. En una época necesitada de polémicas y polemistas sólidos, sólo puede resultar saludable ese guante lanzado abiertamente a uno de los rostros probables del aburrimiento contemporáneo.
La cultura puede ser un gran dinamizador de la sociedad; las circunstancias están dadas para que lo sea. Sólo que en manos de populistas o elitistas no dejará de ser un motor quieto.
Comentario sobre el libro El alma de Hegel y las vacas de Wisconsin.
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Tom Wolfe: sexo y política en el profundo sur – Publicado en El estante Nº 50, diciembre de 1999.
Sureño pero de talante neoyorquino, Tom Wolfe se las toma con el sur estadounidense y cuenta, en una novela inevitable, cómo se acomodan las elites blanca y negra para convivir en la capital de Georgia, una ciudad que fuera incendiada en medio de los cruentos combates de la Guerra de Secesión.
(…)
Como todo gran escritor de su tiempo, Wolfe descoloca a los oportunistas que defienden que la política sea algo diferentes, pero sólo y únicamente desde el partido, o la minoría o la ideología desde donde ellos miran el mundo. Wolfe viene a sostener, entre otras cosas, que política es política, así, atractiva, sucia, heroica y perversa, y siempre tan humana.
Reseña de la novela Todo un hombre.
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Roberto Arlt: una poética del resentimiento – Publicado en: El estante Nº 54, abril de 2000.
Arlt dedicó su vida a caminar el Buenos Aires de los años 20 – 30. Describió a hombres y mujeres que deambulaban sin rumbo, capaces de sorprender con un acto vandálico gratuito y a veces atroz. Escribió una obra de potencia inusual que en Uruguay está poco difundida.
Roberto Arlt describió como nadie el vacío que habita en los excluidos del sistema. Los que surfean a la espera de un impulso al que temen porque se saben indefensos y que de la noche a la mañana perpetran un crimen inexplicable. La narración de esa espera, que desplaza a sus individuos desde la monotonía intolerable hacia lo heroico o lo demoníaco, es el núcleo genial de la obra del escritor argentino. A los cien años de su nacimiento, su obra no ha terminado de decir lo que tiene para decir.
En nuestros países a medio construir, un tipo seguro de sí mismo provoca pavor y desconcierto. Roberto Arlt (1900 – 1942) era ante todo, un tipo seguro de sí mismo.
(…)
Si quien lee recibe influencias –y cuando lee a un grande el lector no vuelve a ser el mismo- tiene derecho a enojarse con el escritor a quien rechaza. Arlt puede provocar rechazo. De hecho lo provoca.
Sus locos no tienen demasiadas aristas queribles. El lector no encuentra identificación posible. Es complicado leer miles de páginas y no encontrar de donde agarrarse para mirar el mundo desde algún lugar en calma.
La crítica que las revistas de izquierda propinaban a sus obras, hablaban de “imaginación desordenada” o carencia de “disciplina intelectual” y falta de “profundidad para ahondar en el mundo que tanto lo atrae”.
(…)
¿Pero acaso puede reclamársele a un escritor a quien le celebramos que se haya metido a fondo con nuestros atavismos, que suavice una materia de por sí áspera, primitiva y brutal? Una gran obra siempre devuelve la realidad no como una ingenua descripción lineal, sino como el trabajo perspicaz de quien mira y ve diferente.
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2002: La angustia de Acevedo Díaz – Desenfocados (publicado en 2005)
Los críticos siguen preguntándose si Acevedo Díaz fue escritor, periodista o político. Fue un hombre del siglo XIX, que hizo lo que creyó debía hacerse. No siempre abordar la realidad por sus partes contribuye a comprenderla. Uno puede quedarse con ella entre las manos como un niño con el juguete desarmado; con un montón de partes y una gran oscuridad sobre el conjunto.
Acevedo Díaz puede resultar incomprensible fuera del siglo XIX de eso que intentaba ser el Uruguay. No era un escritor, porque un escritor no abandona sus papeles para ir a la guerra, fundar diarios o entrar en polémicas que le consumían la vida. Menos todavía era político, porque los políticos no proclaman verdades que rompan la disciplina o la unidad del partido. Un político no busca la coherencia como un fin, sino la victoria.
Usted Acevedo Díaz, se animó a contar cómo nació el país sin mezquindades. Sin sentirse el dios que se han sentido tantos, y por eso sin elegir qué nos era útil y qué podía lastimarnos. No sacó ni agregó nada a sus historias y fue tan lejos como sus propios límites se lo permitieron. Contó lo que sabía, y sin quererlo, fundó una literatura. Como quien dice, por prepotencia de trabajo, como le gustaba decir a Roberto Arlt. Por cosas así, Acevedo Díaz yace fuera de fronteras. No es el único. Tampoco será el último. Mereceremos la grandeza cuando hayamos aprendido a contenerla y aspiremos seriamente a ser dirigidos por ella.
El 3 de noviembre de 1903, a los 52 años, Acevedo Díaz, ya expulsado del Partido Nacional, se apresta a partir como ministro plenipotenciario ante los gobiernos de Estados Unidos, México y Cuba. Su voto a Batlle y Ordóñez a la presidencia de la República en febrero, lo enfrentó a la mayoría liderada por Aparicio Saravia. Las diferencias eran hondas y venían de atrás; allí fueron cismáticas. Usted no aceptó nunca el principio absoluto, “con el partido, tenga o no razón”, y debe admitirlo, mirada desde la política, esa actitud lo colocaba afuera de la política, afuera del partido. Tratándose de usted, también lo colocaba afuera del país. El 19 de noviembre partirá en el barco alemán Wittekind, hacia Southampton con destino final en Chicago…
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Un país de 25 Watts – Publicado en el Suplemento Qué Pasa de El País, el 8 de marzo de 2003.
La sociedad uruguaya asiste atónita a un espectáculo inédito e inesperado; algo que estaba más allá de su imaginación salió de sus entrañas. El desmañado espectáculo de la crisis adquiere ribetes dolorosos, pero la sorpresa es llamativa. La tugurización, la marginalidad, el desempleo y el deterioro de la educación no son fenómenos repentinos. La abrumadora presencia de signos negativos y la actitud refractaria a ver las cosas como son sugiere excesiva distancia entre la crisis y la capacidad de superarla.
(…)
Una elite se mide por la forma en que ejerce la función que la sociedad le asigna; por su talento y generosidad para beneficiar a la mayoría o por su egoísmo para beneficiarse a sí misma. Cuando la elite cultural beneficia a la sociedad, surgen obras originales, los jóvenes tienen oportunidades para expresarse y hay buenos mecanismos de selección de lo que merece difundirse y conservarse. Cuando por el contrario, una elite juega para sí misma, emite opacidad y turbidez, no surgen buenas ideas ni hay control de calidad para mejorar la vida colectiva. En este caso lo que hay es elitismo. Un fracaso de esta operación reguladora puede llevar a la sociedad a quedar a expensas —en el peor de los casos rehén— de quien exhiba mayor peso y gravitación. Es una ley física; el vacío lo ocupa la materia más homogénea, para el caso, lo más organizado. Algo de esto ocurre con el excesivo protagonismo de ciertos grupos corporativos no siempre visibles, que la crisis empezó a dejar al descubierto y cuyos lazos con la legitimidad democrática parecen estar en entredicho.
La crisis cultural emergió con virulencia el año pasado. Se recordará que la visita de la selección australiana de fútbol, en el marco de la eliminatoria mundialista para Japón-Corea 2002 motivó manifestaciones degradantes. Las patotas que insultaron a los futbolistas visitantes a su llegada al Aeropuerto y el apócrifo “espectáculo” realizado en la zona de Tres Cruces que culminó en saqueos y depredaciones, tuvieron el mismo origen turbio y detectable. Es el tipo de cosas del que se habla con eufemismos, conducen a responsabilidades diluidas y terminan en soluciones difusas. El descrédito es generalizado y es un síntoma de previas y sucesivas defecciones. Es lo que hay. La cultura de la ordinariez generó algunos artículos y declaraciones, pero no debate. La pregunta sigue vigente: ¿qué nos pasa?
(…)
Onetti fue uno de los que dio aviso con energía de que veníamos en problemas. En 1939, en una novela que marcó época —El Pozo— dijo que detrás de los uruguayos no había nada. Un gaucho, dos gauchos, treinta y tres gauchos… Veintiún años después, con El Astillero corrigió levemente el diagnóstico: había algo; una fábrica fundida, un astillero desastrado.
El Astillero es la única gran novela nacional y de las pocas sudamericanas que transcurre en una fábrica. Sin investigación ni inversiones ni estímulo a la originalidad no cabe exigir a los escritores que hablen de lo inexistente. Pero Onetti era terco y osado, y despreciaba las modas. Era un intelectual con todas las letras, de los que no necesita viajar para saber qué pasa en el mundo. Por eso no sólo era capaz de escribir sobre una fábrica de barcos en Uruguay; también de que su asunto lo entendiera el mundo. Digamos: antirrealismo mágico. A eso, el mundo le llama ser universal. Tenemos muy pocos de ese calibre. Sin embargo, todavía en 1955 o 60 se apilaban ejemplares de la primera edición de El Pozo. Aún así, su prestigio creció hasta obtener el premio mayor de la lengua en 1980, el Cervantes. Pero mientras el novelista fue expulsado por la dictadura, su imagen quedó prisionera de un movimiento fraudulento que explica y responde la pregunta planteada más arriba: ¿qué sabe de Onetti el porcentaje mayoritario de la sociedad?
El periodismo cultural, infértil para producir un análisis accesible propagó la concepción Hola de Onetti. Hay revistas que se dedican a mostrar el mundo de los famosos. El mundo de algunas personas son sus muebles, su “look”, sus tics, sus amantes, sus vicios más o menos públicos. Suelen jugar con el deseo de exhibirse y cierta ansiedad morbosa del público por “entrar” en la intimidad de quien percibe legitimado por la celebridad. ¿En qué se relaciona esto con Onetti? El periodismo cultural ha hecho más ruido con la vida del escritor, su casa, sus mujeres, su cama, y su vaso de whisky que con su obra. La diferencia estriba en que ha sido sin la anuencia del escritor.
La operación psicológica funciona porque el rótulo cultural permite circular desde “lo bueno”, cuando en realidad se trata de chafalonías envasadas para charlas baratas. Se ha demostrado menos interés por abrir caminos hacia El Astillero, que para permitir que los así llamados críticos se dediquen a transparentar con estudiado desparpajo —pero sabiendo que escandalizan— la vida “rara” del escritor que escribe raro. Por eso ahí está El Astillero como un monumento al que nadie va, una iglesia en la que no se reza, un anciano al que nadie visita.
Los tropiezos de El Astillero quedan claros cuando el lector se aproxima a la novela. Los fierros de la fábrica están herrumbrados, los vidrios rotos y cubiertos de telarañas y los libros contables humedecidos. Si no fueran trágicas, algunas escenas moverían a risa: en la página 193 de la edición barata de Bruguera (1980), el ingeniero Kunz mira un plano “hecho diez años atrás, de una máquina perforadora que podía dar cien golpes por minuto. Kunz sabía que en el mundo remoto se vendían máquinas capaces de descargar quinientos golpes por minuto. Trabajaba siete horas diarias porque estaba seguro de que era capaz de mejorar el viejo proyecto (…) convencido de que, con algunas modificaciones, la perforadora podría, teóricamente, descargar ciento cincuenta golpes en sesenta segundos”.
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Barrán o la historia con ideología – Sobre el libro de José P. Barrán Los conservadores – Publicado en el suplemento Qué Pasa de El País, agosto de 2004.
Sea o no consciente, la sociedad uruguaya atraviesa un momento crucial de su historia y le aguardan turbulencias. Los uruguayos parecen convencidos de que algo no va más pero el disenso comienza cuando se trata de identificar qué es lo que ya no funciona. En medio de la confusión, nada es aquí lo que aparenta. En diciembre, un referéndum laudó el debate entre quienes querían conservar incambiada a la empresa estatal que importa, refina y vende combustibles carísimos, y quienes promovían su asociación con capitales privados. Ganaron los “progresistas” que mantuvieron las viejas condiciones. En este marco de equívocos y ambigüedades, se acaba de publicar el libro del historiador José P. Barrán “Los conservadores uruguayos” (José Pedro Barrán, 2004).
En Uruguay se grita, se habla con eslóganes frente a micrófonos generosos y permisivos para oídos que ya no prestan atención. Los medios reseñan algunos libros pero no abren polémicas. Los periodistas culturales, que casi no agregan valor para no agregar(se) problemas, escancian la ilusión de que este “viva la pepa” es el estilo uruguayo de vivir. Que todos coincidimos. Qué cultos, qué educados. Qué país. Qué linda era 18 de Julio cuando los viandantes se vestían para la ocasión. Cuánto art decó sobrevive todavía. Mire para arriba en lugar de mirar tanto para abajo. Siga el carrousel de la nostalgia.
La verdad yace bajo el alud de lo banal. La verdad es que hace décadas que no se debate seriamente. La verdad es que desaparecieron la sorpresa y el aguijón inteligente al estilo de Onetti, cuando ya estábamos mal, pero alguien lo decía con furia. La verdad es que si alguien emite un juicio duro pasa a ser un “provocador”. La verdad es que cualquier cosa es considerada “proyecto cultural”. La cultura es cada vez menos un concepto sustantivo y más un adjetivo a gusto del interesado, una salsa como las del carrito de chorihamburguesas que corta el paso en cualquier calle céntrica.
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El libro exhibe varios problemas pero me centraré en dos. El primero es la utilización de categorías imprecisas y anacrónicas. Conservador/progresista, revolución/contrarrevolución, ya poco significan. Es un libro ahistórico y abstracto que no vincula las ideas que discute con la época respectiva. Barrán no parece escribir desde aquí sino desde algún lugar remoto, quizá desde la eternidad. Su metodología de entresacar frases y ordenarlas a capricho, impide el desarrollo argumental y el progreso acumulativo de evidencias convincentes. El acervo documental está al servicio de ideas pre concebidas. So pretexto de hacer ciencia social, Barrán emite insumos para el uso de su tribu.
En segundo lugar, Barrán escribe como si la catástrofe del socialismo en 1989 no hubiera ocurrido; como si la revolución fuera todavía una alternativa y el totalitarismo no fuera su único destino. Su enfoque clasista le impide percibir las tareas emergentes de un tiempo de construcción nacional como el que estudia (1870-1933). Solo ve bandos condenados a neutralizarse o aniquilarse entre sí.
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Según Barrán, tres factores identifican al “pensamiento conservador en materia política y social (…) la defensa del orden establecido, la crítica a los que promueven su reforma y la diabolización de los que bregan por su modificación violenta” (Barrán, 2004).
Barrán no los ubica en la historia, y por eso “sus” conservadores brotan como caricaturas egoístas e irracionales que procuran el bienestar de su clase. Si se tratara de defender el orden establecido, criticar a quienes promueven cambios y diabolizar a los violentos, el gobierno de Fidel Castro en Cuba calzaría en esas características. No parece el punto de Barrán, lo que inhabilita sus categorías que deben ser útiles más allá del ejemplo a ilustrar. El mundo actual no se deja encerrar en reduccionismos que reproducen ambigüedad sin aportar precisión.
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De: Dos hombres en el callejón. Batlle Rodó: los equívocos de la Historia – Publicado en Desenfocados, 2005
José Batlle y Ordóñez y José Enrique Rodó sostuvieron entre 1910 y 1916, una de las batallas más intensas y enconadas entre dos políticos uruguayos. La Historia sólo registra ecos débiles de ese combate cívico que el público desconoce y espera ser divulgado. Este trabajo apunta en esa dirección, al tiempo que procura nuevas dosis de sentido que yacen inexploradas en aquel tiempo de construcción nacional. Batlle y Rodó eran no sólo grandes personalidades con temperamentos y formación diferentes; también encarnaban dos proyectos de país. Hay un notorio desnivel en la visibilidad de uno y de otro que perjudica –y no debiera- a Rodó. A los dos los rodea el equívoco.
Hay coyunturas del pasado que aun no han dicho todo lo que tenían para decir. De hecho, casi un siglo después del durísimo enfrentamiento entre Batlle y Rodó, la sociedad percibe a Batlle como el gran reformador demócrata que modeló su tiempo y a Rodó como el pensador abúlico que le habló a los jóvenes de una época ya muerta. De aquel combate ambos salieron maltrechos, pero mientras Batlle retuvo un fuerte protagonismo político, Rodó debió irse del país y murió pocos meses después.
La Historia no ha sido del todo justa con ninguno de los dos y de eso deberán encargarse las nuevas generaciones. Por lo pronto intentaré no ya imponer una –mi- visión sobre ambos, sino, con los datos disponibles, describir un escenario que probablemente sorprenda a muchos. Propondré algunas reflexiones de síntesis que espero resulten funcionales a quienes se sientan convocados a la tarea de repensar el Uruguay.
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Estos serán en síntesis, los cinco aspectos a desarrollar:
- La prioridad de la agenda política entre 1907 y 1916 era la democratización.
- La Historia lo ignora, pero Rodó pertenece a la Historia.
- Batlle, el jacobino en la tormenta.
- Rodó, la cabeza moderna por excelencia.
- La lógica de la política y el final de Rodó.
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Ariel, punto de partida para la acción. Un libro incómodo y todavía interpelante – Prólogo a Ariel, de José Enrique Rodó – 2008
La educación en América latina ha subordinado la comprensión del conjunto que da cuenta de su esencia, a la exaltación de los valores propios de cada país. Ese enfoque nos puso unos contra los otros y acentuó la fragilidad de todos al fundar vínculos asimétricos con los centros de poder mundial. El aislamiento tampoco fue fructífero en la producción de criterios propios, sino que estimuló la copia de modelos económicos, educativos o políticos. El patrón de selección había resultado más bien pobre, sin ambición y escasamente universal. Este es el foco de Ariel.
He ahí una de las razones por las que este libro se mantiene interpelante a 108 años de su publicación: la prolongada irresolución de los problemas que aborda.
Hay otra razón más profunda: Ariel juega en la cancha más universal y exigente, donde por acción u omisión se determinan las políticas llamadas a incidir por décadas. Allí es donde errores y aciertos se potencian. Y por eso son pocos los que se atreven.
América latina suele operar por omisión, a impulso corto y copias sin adaptar. Si una región forma sistemáticamente sus talentos pero al mismo tiempo los expulsa, quiere decir que su patrón de selección no genera políticas adecuadas para contenerlos. Rodó ha sugerido pautas de selección cultural opuestas al modelo vigente desde la emancipación. Por eso Ariel, nave insignia de una obra que alcanzó cumbres aun mayores, permanece enhiesto y dicente, inevitable y polémico. Tan crítico e incómodo como cuando surgió.
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