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El avión presidencial de Bolivia fue demorado en el aeropuerto de Viena durante 14 horas del 2 al 3 de julio de 2013, porque 4 países –España, Italia, Portugal y Francia- se atrevieron a desconfiar de la palabra del presidente de ese país, Evo Morales y no autorizaban el sobrevuelo de su espacio aéreo. Luego de constatar que el “topo” estadounidense Edward Snowden, y por cuya captura Estados Unidos ejerce presión máxima, los cuatro países autorizaron la continuación del viaje.
El hecho es gravísimo, qué duda cabe. El representante de los habitantes de un país, fue “detenido” casi como un delincuente. Sin embargo, más que de formas diplomáticas –de las que también habla- el incidente refiere principalmente a lo que representamos para la comunidad internacional y al tratamiento esperable de países culturalmente próximos e incluso constitutivos de la nuestra base cultural.
¿Alguien imagina a un país iberoamericano demorando a un presidente europeo? Es tan inverosímil que conduce directamente al punto: en la política real, no declamatoria, se trata de gravitación. Se nos atreven porque optan por ceder a la presión del más poderoso, mientras de hecho humillan al débil.
Probablemente Unasur realizará su número habitual, Galeano quizá escriba una columna desde su mundo ensoñado y dolarizado, y el eje bolivariano –del que Uruguay entra y sale con tendencia a quedarse- que pide benevolencia a los poderosos con las pruebas PISA, sobreactuará su griterío multicolor, sin cambiar el estado de las cosas. Iberoamérica –todos lo saben- carece de potencia para impedir que la destraten, y de capacidad para devolver la agresión. Nuestra debilidad intrínseca terminará decidiendo por el olvido.
No somos creíbles ni a los ojos europeos, ni a nuestros propios ojos. Y aun cuando el destrato sea incalificable, nos recuerda las veces que alguno de nuestros países protegió a quienes agredieron al gobierno de los Estados Unidos.
El palabrerío altisonante y destemplado inundará el espacio por unos días y caducará ante el próximo escándalo de provincia y seguiremos amaneciendo en medio de la misma impredecibilidad que le ofrecemos al mundo.
No deberíamos alegar ignorancia desde que nos sabemos incapaces de gestar una región vertebrada, halagados por liderazgos carismáticos, presidentes folclóricos, entradores y clientelistas –hasta los que suben en ancas de los partidos populares lo han sido- que se rinden ante cualquier poder porque prefieren los votos de adentro antes que el respeto de afuera.
Hemos sido incapaces de unirnos al vecino, no ya para oponernos a un poder externo, sino para realizar acuerdos que nos permitan progresar juntos, como por ejemplo, dragar un río o acordar aranceles que nos permitan crecer a todos. De cosas así está hecha nuestra debilidad. Esa que lleva a que haya líderes más poderosos que las instituciones.
Por eso cuando queremos hacer uso de nuestra fortaleza institucional para protestar ante un destrato grave como el que nos ocupa, nos topamos frontalmente con la historia de nuestros desvaríos, con todas las tareas sin hacer, con toda la trascendencia derrochada en palabras vacías, sin el sostén de lo que pudimos y no hemos sabido construir.