Los fundadores de Spotify, Martin Lorentzon y Daniel Ek.
El tropiezo de Spotify al intentar cambios en su política de privacidad. Las redes reticulares modificaron la forma de vivir, y la convergencia entre administradores y usuarios no transcurre en forma lineal. Los usuarios saben poner sus límites.
No hace mucho que vivimos en redes descentralizadas; las redes anteriores, como la de comercio, la de teléfonos o el broadcasting radial y televisivo eran centralizadas y no permitían la interacción múltiple.
Hace 11 años nació Facebook, la primera gran red de alcance universal. Después se sumaron Twitter, Youtube, Reddit, Instagram, Snapchat, etc. Podría decirse que hace apenas una década que empezamos a vivir en red. Estamos aprendiendo.
El sábado 22 de agosto, El País de Madrid informaba que Spotify, la red proveedora de música con 75 millones de usuarios (20 millones de los cuales pagan una suscripción mensual) pedía disculpas por cambios en sus normas de privacidad que éstos rechazaron con la más extrema de las medidas: yéndose de la red. No existen datos de la magnitud que asumió el drenaje de suscriptores.
Esta reacción colectiva obligó a los directivos de Spotify a retroceder en los cambios y pedir disculpas por su nueva política de privacidad, que incluía una cláusula para acceder a datos de sus clientes, su teléfono móvil y su agenda de contactos. El argumento de la “personalización” –según el cual procuraban mejorar las aplicaciones en beneficio de los usuarios “para diseñar experiencias mejoradas y construir nuevos productos personalizados en el futuro”- no fue de recibo y resultó rechazado. Los usuarios no lo captaron como una ventaja sino como intromisión. Y comenzaron el éxodo.
Encontrar normas de convivencia armónica entre los diversos intereses de los administradores de las redes, las compañías telefónicas, los productores de contenido y los usuarios del nuevo ecosistema, es el desafío de esta velocísima transición en que debemos adaptarnos a tantas nuevas maneras de consumir la música, el cine y la información.
Vivir en un mundo de redes descentralizadas no es simple, pero es la nueva forma de vivir. En este aprendizaje, los usuarios poseen los mecanismos con capacidad permisiva o disuasiva sobre las iniciativas que modifican o intentan modificar las condiciones del relacionamiento. Spotify ha sido, por ahora, la última prueba de ese poder.
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